Fidel en primera persona.


Por estos días seguimos hurgando en los recuerdos para eternizar a Fidel, el comandante de siempre que supo aquilatar el verdadero valor del ser humano y situarlo en el centro justo de las prioridades para enaltecerlo.

Quiero también departir mi historia al lado del líder histórico de la revolución y hacerlo como modesto homenaje a su memoria, bajo la convicción de que siempre vivirá.

Corría el año 1991 y se formaban los primeros campamentos agrícolas para enfrentar el venidero periodo especial. Yo radicaba en ciudad de la Habana y convocados por la unión de jóvenes comunistas nos fuimos al Laborioso, instalación agrícola ubicada en las afueras de Güira de melena.

Allí los días bajo el sol, en extensos campos sembrados de tomates y boniatos, vi por vez primera a Fidel de carne y hueso. Dialogó largo rato con los integrantes de aquella fuerza de avanzada y bajo la presión de algunos compañeros me animé a preguntarle sobre las posibilidades de esparcimiento entre la fuerza joven allí asentada.

Con la mano sobre mi hombre derecho, ese hombre eterno me supo contar una añeja historia donde destacaba sus largas caminatas en Birán. Fue una clase en directo donde aprendí sobre el sacrificio que permite conquistas.

Más entrados los noventa, conocí en persona a un Fidel interesado como pocos en el crecimiento de la ciencia. Estreché su mano un día de mi cumple años durante la ampliación del centro de Inmunoensayo y lo observé con ese indagar perenne entre los investigadores de la fábrica de vacunas anti meningocócica.

Tuve así la suerte de estar muy cerca de Fidel, de escudriñarle su barba como de sierra maestra y sentir la mano suave y firme que al caminar intentaba mantener quietas detrás de la espalda.

Al paso de los días vuelven estos recuerdos. Así como le ocurre a millones ante el privilegio de una figura inmensa que pasó a lo eterno.


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