Mamadoña: Tesoro en Mayarí


Desde hace un par de semanas me acerco a una obra literaria que deja gratos sabores para el lector. Además de los valores que esta pieza posee como género novela, tiene el agregado de hacer vivir un pasaje singular de la historia de Mayarí.

Mamadoña es sin dudas la novela más acabada que hasta hoy nos regala un mayaricero apasionado por su tierra y la gente que en ella habita: Luis Jaime Saíz.

Ya en una ocasión escribí aquí acerca de Mayaraí, también de su autoría, y en los últimos meses devoré literalmente hablando, otras de sus entregas literarias (El Hombre de Mármol, Calle Azul y el último Epitafio, además del libro de cuentos Cañandonga, Marañon y Burundanga).

En todas ellas hay valores que tienen como escenario a Mayarí en distintas dimensiones de su devenir histórico. Acontecimientos y sucesos que muchos no reconocen o desconocen por entero.

No obstante, es en Mamadoña donde volamos en una creación de fuerza dramatúrgica elevada, donde nos dejamos embrujar por lo sublime de una historia colmada de amores, odios, violencia desnuda, misterio y  sueños.

Cuenta la vida de una esclava que habitó los predios de una de las fincas más ricas de Mayarí (Marañon) en la cruda época de la colonia. El sabio poder que le llega a acompañar, la pérdida del hijo, los desmanes de la guerra y otros matices, formarán un mosaico indisoluble que sorprende en cada nueva página.

Al final Luis Jaime nos deja agotados del tremendo gozo y es que nos hace viajar en el tiempo de la mejor manera, con un lirismo suave que narra dulce hasta los momentos de crueldad.

El cierre de Mamadoña ocurre en el sitio más reverenciado de Mayarí, al lado del río, con sorpresas grandes que provocan lágrimas y una nostalgia insuperable por el adiós definitivo a la última de los Anglada, aunque sepamos de la añeja herencia que nunca partirá, como el tesoro que todos imaginamos en las tierras de Chavaleta.


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