Tomado de cubavistaalasseis
“¿Tú
no eres Juan Triana?”, pregunta Silvio Rodríguez con unos papeles
en las manos cuando tomamos asiento. Su interrogante me deja
pensando, porque Juan Triana es el nombre de quien fuera mi profesor
de Problemas de la Economía Cubana, un eminente y popular economista
desde que sus conferencias dieran la vuelta a Cuba como aquellas
carreras de bicicletas, aunque gracias a la solidaridad de los
cubanos que nos hace ir pasando de memoria flash en memoria flash una
información cuando parece relevante. Me quedo pensando porque las
entrevistas son como las sesiones en el espiritismo. Uno invoca algo,
que evidentemente debe ser el lado más sincero del entrevistado, y
según estado anímico y circunstancia así serán las respuestas.
Lo
había esperado con un libro de Ricardo Piglia en las manos, tumbado
en un asiento en el fondo del lobby del hotel Pernik donde se
hospedaba junto a su esposa, la clarinetista y flautista Niurka
González. Silvio Rodríguez viajó hasta el oriente del país para
cantar en tres pueblos distantes de la cabecera provincial, siguiendo
así el propósito de ofrecerle su música al público más
desfavorecido, ese que habita zonas marginales, lo cual no implica
solo la conceptualización sociológica del término. En el hotel
también descansan los músicos de Trovarroco, tres excelentes
guitarristas villaclareños que junto al percusionista Oliver Valdés
confieren en los últimos tiempos otra sonoridad a su obra.
Al
verlo, me pongo de pie y lo saludo. Responde amable estirando el
brazo y lo primero que se impacta contra mi visión es el famoso
tatuaje de la rosa y la calavera que se hiciera entre el pulgar y el
índice de la mano derecha en los que fueran días trascendentales a
bordo del Playa Girón. El trovador, nacido el 29 de noviembre de
1946, en San Antonio de los Baños, viste jeans
y pulóver azul turquí con bandera cubana sobre el lado izquierdo
del pecho. Suele llevar ese tipo de prenda, quizá para dejar claras
muchas ideas que con solo ver una bandera cubana vienen a la mente.
Ando sin fotógrafo, pues no quiero interrupciones en el diálogo.
Le
advierto que carezco de cuestionario. Aborrezco las entrevistas
preconcebidas. Me parecen interrogatorios policiales. Mi estilo es el
de la gente común, prefiero conversar pese a los inconvenientes de
la memoria.
-Mejor,
asiente él.
También
debo ser sincero y le ofrezco otro dato.
-Ni
siquiera debía entrevistarlo, le digo algo inquieto, pues al fin y
al cabo es una confesión: De la gente a la cual uno ha admirado su
obra más vale permanecer lejos, pues ocurre un poco como el poema:
No debe volverse a los lugares adonde se ha sido feliz.
Las
canciones de Silvio Rodríguez me ha hecho feliz muchas veces. Estoy
habituado a ellas desde la temprana adolescencia, cuando con
entusiasmo empecé a escucharlo a él, y a Pablo Milanés, y me hice
seguidor de la Nueva Trova y por ende de la trova tradicional y de
todo cuanto se les relacionara. Más de un tema suyo me ha propiciado
fuerzas para enfrentar un día problemático, aunque después ciertos
comportamientos del hombre me llevaran a revalorizar al artista.
-Lo
que pasa es que siempre hay curiosidad, indica luego de mi lamento.
Lo
ha dicho con calma, en ese tono en que le he escuchado tantas veces,
bien al llegar al escenario y luego de ubicarse en la banqueta donde
cantará, bien ante colegas de todas partes que hacen lo mismo que yo
intento ahora: Conocer un poco más su mundo interior, empresa
compleja si se tiene en cuenta que a lo largo de su carrera debe
haber escuchado todas las preguntas posibles, debe haberse encontrado
a entrevistadores inimaginables. Coloca sobre una mesa la pequeña
grabadora con micrófono que me quedo mirando.
-¿Graba
sus conversaciones?
-Las
suelo grabar de hace un tiempo para acá.
-¿Le
han tergiversado muchas veces?
-Me
gusta tener un registro. A veces me han tergiversado, bastante. No me
parece que vaya a ser el caso. Me ha pasado más bien fuera de Cuba,
en algunos lugares. También aquí me ha pasado. Me ha pasado incluso
que han querido hacer un libro gente que tiene pensado irse del país.
Han querido hacer un libro y me han hecho una cantidad de preguntas,
nos hemos visto varias veces y de pronto han desaparecido y han
aparecido en otro lado queriendo publicar el libro.
-Es
como tener un pasaporte cultural o algo semejante, corroboro,
pensando en ese tipo de personas que gusta abrirse camino escudándose
en la vida de los demás.
-Parece,
asiente él, y pone atención en mis palabras. Quizá trate de
adivinar qué quiero preguntarle, de qué quiero hablar, para qué lo
he sacado de su refugio. Prosigue: Son cosas extrañísimas. En fin,
esas cosas pasan. Y por supuesto, sé absolutamente que no es el
caso. Pero, en fin. Me gusta tener un registro, porque también estoy
viajando. Estoy en otro lugar y es una forma de recordar las cosas
que me pasaron. A veces olvido. Son muchas cosas ya, muchos años…
-Casi
setenta, lo pincho.
-Casi
setenta, repite, y cavila: Bueno, realmente no llego. Tengo sesenta y
siete. En noviembre cumplo sesenta y ocho. Pero mañana, por ejemplo
que es el concierto número cincuenta y ocho de la gira, cumplo
también cuarenta y siete años de vida profesional. Debuté un 13 de
junio.
-¿Fue
en la televisión?
-En
un programa que se llamaba Música y Estrellas, que dirigía Manolo
Riffat.
-¿Se
siente viejo?
-Chico,
tú sabes que no me siento viejo. En primer lugar, nunca me han
gustado los espejos. Dicen que la muerte presume. Es lo único que te
hace recordar que el tiempo pasa, en realidad.
-
En Nicaro vi, por ejemplo, que había mucho público, pero solo un
grupito cantaba. Ese grupito estaba compuesto por gente adulta sobre
todo. ¿Siente que su público ha envejecido con usted, con la
revolución? ¿Siente que ha envejecido todo?
-Veo
que hay mucha gente vieja. Ahora hay más gente vieja en mis
conciertos. Generalmente…
-Bueno,
es la muestra de que el público ha envejecido
-Sí,
pero hay jóvenes también. En mi público inicial había muchos más
jóvenes que viejos. Ahora hay de todas las edades. Están los
jóvenes atraídos por los padres, porque algunos escuchan la trova y
escuchan lo que uno hace, o porque saben de uno, porque uno es más o
menos famoso y sale en la televisión o en la radio, o se habla de
uno. Y están los de media edad, que tuvieron tiempo de participar en
esa época en la que uno todavía tenía una presencia más
energética, sobre todo en los medios de aquí de Cuba. Y están la
gente que son más o menos de la edad de uno, y que gustaron o gustan
todavía de lo que uno hace.
-¿Y
por qué una gente “más o menos famosa” decide ir a los barrios
marginales, incluso ubicados en la periferia del país?
-Quizá
de afuera se ve así, pero realmente uno no es ni famoso, ni exitoso,
ni ningún oso. Uno es sencillamente una persona que desde que
comenzó a trabajar ha tenido un propósito, ha tenido una visión de
la cultura, de la canción; ha tenido una visión, aunque no me gusta
usar palabras muy altisonantes, del compromiso. Pero sí,
indudablemente hay compromiso, hay gustos, afinidades, atracciones,
hay simpatías. La ley de la simpatía, las cosas que se atraen y se
juntan van creando un universo, una gravedad. Otra razón más por la
que uno no piensa en los años. En ese sentido uno sigue siendo el
mismo. Sigue pensando de la misma manera, sigue sintiendo los mismos
compromisos, sigue sintiendo que lo que uno hace es parte de la
sociedad y de una manera determinada, que no es la búsqueda de la
fama, del dinero, de la celebridad; es la búsqueda de otras cosas
que están en todo el mundo, pero que están en uno. ¿Y qué es lo
que está en todos nosotros? Ni más ni menos que la sensación de
estar vivo, de que te haya tocado una época y un tiempo, y que es
una dádiva, un don, una suerte que tuviste al haber estado vivo y
haber pasado por esta experiencia. Y tratas de aprovecharla lo más
intensamente posible, darle una utilidad pasajera en este mundo de
los vivos. No lo digo porque crea que haya un mundo de los muertos;
sino, en este mundo de la conciencia, de la percepción y de que uno
se da cuenta de las cosas y puede actuar. Es así. Me considero el
mismo. Por eso estoy aquí y por eso hago estas cosas. También hay
razones un poco más específicas. Hay tiempos en que te impulsan más
a hacer determinadas cosas que otros. Este momento de cambios de Cuba
en que hay muchas cosas a favor y muchas cosas en contra, y donde
gran parte de la población es probable tenga que pasar por una serie
de vicisitudes y trabajos y problemas y carencias que se suman a
muchos trabajos, vicisitudes y carencias que durante tantos años
hemos tenido. Hace años, con otra perspectiva y visión del mundo.
Ahora resulta que con otra.
-
¿Y eso no ha mellado lo que se llama “futuro” o “porvenir” o
“esperanza del futuro”?
-Oye,
en todos los países, en todos los tiempos y circunstancias la gente
tiene más o menos los mismos problemas. Está viva y en una
sociedad, quiere progresar, ser mejor, quiere tener más
posibilidades de vida, gozar más plenamente de la existencia y
quiere un mejor futuro para sí y para los suyos. Es normal. Nos
pasa a todos, en todas las sociedades que he conocido, en todas; unas
más desarrollas, otras menos; unas gobernadas de una manera, otras
gobernadas de otras.
-Pero
antes, por ejemplo, había una esperanza: Se llegaría al comunismo.
-Antes
sí, al comunismo o no se sabía. Cuando uno cantaba: “Te convido a
creerme cuando digo futuro” realmente uno no pensaba que este era
el futuro. Uno pensaba que el futuro iba a ser otro.
-Y
viendo este futuro, ¿qué piensa?
-Viendo
este futuro… hay que ir a los barrios, hay que seguir andando, hay
que seguir trabajando.
-Silvio,
pero ir a los barrios no quiere decir estar en los barrios, ¿usted
ha estado? ¿Qué ha aprendido?
-He
aprendido que la gente está jodida, muy jodida, mucho más jodida de
lo que pensaba. Y bueno, eso es una manera de conectarse con la
realidad de tu país, de seguir constatando las cosas como son. Es
verdad, no vivo en un barrio; es verdad, tengo una vida mucho más
cómoda que la inmensa mayoría de los cubanos. Pero no me viro de
espaldas, continúo. No solo aquí en Cuba. También pudiera
continuar en Cuba y no hacer eso. Pero bueno, lo hago porque me
parece que es mi manera de hacer una contribución, de estar
comprometido con mi realidad, con mi gente, con mi pueblo.
-También
lo veo como una cruzada cultural en tiempos en los que advierto una
especie de conspiración contra la cultura por la que pasa Cuba y el
mundo, la gente no lee, escucha una mala música…
-Mira,
yo fui adolescente y me hice hombre en una época en que había
muchas condiciones para que la cultura germinara. Para empezar, se
hizo una campaña de alfabetización, se fundó una Editora Nacional
y empezaron a proliferar los libros y la literatura universal. Entró
el cine de arte como arte, se le empezó a dar una relevancia a la
literatura latinoamericana, hubo instituciones, organismos,
reuniones, concursos, una serie de manifestaciones sociales y todo
apuntaba a un compromiso con la cultura, que es también un
compromiso con la historia, con lo que ha sembrado el hombre, con lo
que ha construido en el mejor sentido. En aquel momento aquí en Cuba
había distintos organismos culturales. A mi modo de ver, a la manera
en que yo lo sentía, unos más culturales que otros. Unos eran más
mediáticos, te hacían entrar en la popularidad y en el gusto más
rápidamente. Otros trabajaban más mesuradamente, más
tranquilamente, a más largo plazo. Yo siempre tuve afinidad con esos
organismos culturales que trabajaban a más largo plazo, para los que
la cultura implicaba también estudio, superación y una
autosuperación. Me refiero específicamente a dos organismos, a Casa
de las Américas y al ICAIC. Lo que había fuera de eso eran el ICRT
y el Consejo Nacional de Cultura.
-¿En
los tiempos de Pavón?
-Antes
de Luis Pavón, que había Consejo Nacional de Cultura.
-Claro,
desde 1961.
-Luis
Pavón entró tarde y estuvo pocos años. Eso fue como un amago de
Ministerio de Cultura, que nunca fue Ministerio de Cultura hasta que
después del llamado Quinquenio Gris pusieron a Hart, y fue Hart el
que fundó el Ministerio de Cultura. Esos organismos que trabajaban
más concienzudamente, menos populistamente, creo fueron los
organismos que fundaron cosas que han durado más. Todo lo demás era
más efímero: La fama de una canción que aparece por la radio, un
rostro que aparece y desaparece por la televisión, o que está en
los cabaret, en fin… Siempre tuve la percepción de que era como la
lucha de dos maneras de ver la cultura, de ver el mundo, la realidad
y también de ver el futuro. Uno, en palabras muy rápidas, pudiera
caracterizarse como algo más chabacano, el otro como más estudioso;
uno con más prisa, otro con menos prisa. Yo me di cuenta de que
había una especie de guerra, de que todo aquello era una especie de
guerra entre dos concepciones de ver y estar en el mundo. Hoy por hoy
parece que lo que yo consideraba en frente es lo que ha ganado la
guerra. Pareciera que gano la lentejuela, el oropel, la
superficialidad, el mal gusto, el populismo. Pero todavía hay gente
que trabaja con otra visión de la cultura, con una visión parecida
a la que tuvimos nosotros. Y creo siempre se ha manifestado, siempre
ha estado y siempre estará. Incluso, si siguen ganando, esta otra
visión estará.
-¿Aun
con todo el apogeo de la internet y eso? Como decía Phillip Roth,
refiriendo el problema del libro y la lectura: Las pantallas nos han
derrotado.
-No
es solo la internet; en general, la tecnología, que suele
democratizar las cosas. Por ejemplo, cuando yo tenía 17 años solo
los fotógrafos profesionales o personas con un poder adquisitivo
alto podían comprarse una cámara no profesional, porque además la
gente buscaba una cámara no profesional, una camarita Kodak que
tirara y después ibas a la tienda, te revelaban tu rollo y te daban
tu foto. Hoy día casi todo el mundo tiene una cámara, todos
hacemos fotos, cualquiera que esté en un lugar con un dispositivo
que recoja la luz hace una foto, y puede ser de primera página en
los más grandes diarios del mundo. En mi época, cuando yo era
adolescente, un joven, era muy difícil tener un dispositivo para
grabar una canción. De hecho cuando me pidieron la primera vez un
trabajo para el ICAIC tuvieron que prestarme una grabadora, porque
como yo en esa época todavía no escribía música, tenía que
memorizar las cosas que iba haciendo y me era muy fácil con una
grabadora. Se me ocurría una melodía, tocaba en la grabadora,
después lo reproducía y sabía que eso quedaba ahí. Hoy día todas
las personas, quienes lo necesitan y quienes no lo necesitan, llevan
teléfonos, que lo mismo hacen fotos, que graban, y te comunicas
desde cualquier punto en que estés. O sea, que la tecnología ha
democratizado, le ha dado oportunidad a todo el mundo. También por
eso hay tantas manifestaciones musicales, porque hoy en día
realmente para grabar una canción no se requiere de un estudio. Se
ha puesto hasta de moda grabar en los garajes con cualquier
dispositivo. A veces una cosa que queda mal grabada es hasta un
detalle simpático y se transforma en una moda grabar con un
teléfono, y de pronto se convierte en un boom mundial grabar
canciones con un teléfono. Creo que no ha pasado, pero puede pasar.
Esa democratización implica una inundación de expresiones poco
acabadas en todos los sentidos. Los escritores, ahora por internet,
hacen sus libros. Cualquiera publica cualquier cosa, en cualquier
sentido. En el siglo XIX para que te publicaran un libro pasabas…
en primer lugar porque imprimir un libro era un costo, un gasto,
había una serie de tamices por lo que pasaba un libro, editores,
especialistas, revistas con un prestigio, no publicaban cualquier
cosa. Hoy en día cualquiera escribe un reportaje de lo que sea,
cualquiera publica una foto de lo que sea, cualquiera escribe una
canción de lo que sea.
-¿Eso
no ha llevado a una abulia, a que todo pierda su valor o que al final
gane la frivolidad?
-Exactamente.
Esa es una de las cosas que ha introducido la democratización de los
avances tecnológicos en el mundo moderno. Yo lo veo así. Esto hace
que proliferen las elites. ¿En qué sentido? Los que son más
exigentes, ante esta invasión inmisericorde de expresiones
enloquecidas, los más exquisitos, los que tienen gustos más
refinados, más sofisticados, tienden a aislarse y a crear guetos.
Estamos ante un fenómeno cultural que empieza a manifestarse
universalmente y ante el que nosotros no escapamos, porque ya tenemos
encima la tecnología, nos guste o no nos guste, nos convenga o no
nos convenga, nos agrade o no nos grade. Ya todo el mundo anda con un
teléfono, se comunica… hasta los espías. En la década de los
sesenta yo me acuerdo que cuando el G2 agarraba a un espía, lo
agarraba con un aparto sofisticado de mandar señales. Están las
películas de la Segunda Guerra Mundial, los espías andaban con una
maletica y unos aparatos de onda corta para mandar señales en una
frecuencia especial, emitían sus informes y todo eso. Hoy en día
nada de eso hace falta. Marcas cero, cero, uno y estás comunicándote
con los Estados Unidos.
-Y
es más difícil prohibir.
-Más
difícil no, es más loco además. Es mucho más difícil. La
diversidad ha llegado. La tecnología ha permitido que esa
diversidad, que esa exuberancia de posibilidades nos arrastre.
-Cualquiera
puede ver cualquier cosa, y en cualquier lugar. Creo que en Nicaro se
encontró con alguien que escribe a su blog.
-Sí,
lo que pasa es que ahí hay una familia que se comunica conmigo.
Ellos tienen un trabajo en el que hay un poquito de internet, y a
veces se comunican un poquito y logran entrar al blog. Pero, en
realidad lo que hacen es que algunas personas que también participan
del blog, que son extranjeros, se comunican con ellos, les pasan los
post y los mensajes que hay y las participaciones, y entonces ellos
responden por esa vía.
-
Cuánto trabajo pasamos, ¿no? Y todavía hay una resistencia a la
internet.
-Sí…
Bueno, en fin… Se plantea que tecnológicamente está toda esa
discusión de famoso cable de Venezuela, toda esa cosa. Es verdad,
hay que crear una infraestructura aquí, que cuesta dinero. Pero los
cables telefónicos están desde hace muchos años echados en Cuba y
el sistema inalámbrico es una cosa que sí, debe costar su dinero,
pero cada vez debe costar menos, cada vez es una cosa más común.
Veremos qué hacer cuando Google ponga en órbita los 180 satélites
esos que tiene pensados poner para darle internet a la parte del
mundo que no tiene, cubanos incluidos supongo. Vamos a ver las nuevas
generaciones a quiénes les agradecen el internet. Es uno de los
grandes problemas que tenemos ahora mismo. El joven que no está
pensando en otra cosa que mirar lo que le interesa, en resolver, en
conectarse con la página del reguetonero no sé quién, lo que sea,
lo que tenga en mente, y que de pronto, de un día para otro haga
así, pácata, y con su telefonito se conecte con cualquier lugar del
mundo. ¿A quién se lo va a agradecer?: ¿A nosotros?, ¿a nuestro
país?, ¿a su gobierno?, ¿o a Google?
-Además,
ese individuo será como el cuento del hombre dominado por el
pececito al que observa, cada vez es más vulnerable culturalmente.
-Sí,
sí. Imagínate. Ese reguero tecnológico indiscriminado es también
un reguero de dominación, de dominación ideológica, de dominación
cultural.
-¿Entonces
qué han ganado aquellas instituciones culturales que iban por la
instrucción del individuo hasta convertirlo en alguien con
pensamiento crítico?
-Ha
ganado eso, ha ganado la formación de gente que piensa críticamente,
y que ha pagado un precio por pensar críticamente.
-Y
es la minoría.
-Sí,
es una minoría, sin lugar a dudas. Y va a seguir siendo una minoría.
A mí no me cabe dudas de eso. Mientras más democrática sea la
posibilidad expresiva más valioso va a ser lo exclusivo.
-Para
esta gira usted ha hecho un alto en un disco que graba, ¿creo que es
un descarte de las canciones del Descartes
o algo así? ¿Se llama Amoríos?
-No
es un descarte, son canciones que nunca había grabado.
-¿Pero,
no estuvieron pensadas alguna vez para Descartes?; por cierto, el
disco suyo que más me gusta.
-No,
no estuvieron pensadas para Descartes.
En realidad Descartes
es un disco con canciones que salen de los descartes de otros discos.
-
Claro, pero yo pensé que este eran descartes del Descartes.
-Le
iba a poner Sobras, pero me pareció demasiado fuerte. Estas son
canciones que nunca grabé, que nunca toqué. Toqué otras y esas las
dejé. Son canciones de relaciones de pareja, todas.
-En
Descartes
hay una frase que me resulta fascinante, una de Vida y otras
cuestiones: “¿Cómo sabrá la cerveza que el sepulturero se beberá
cuando acabe de darme abrigo?” Me gusta mucho. A través de ella
intuyo cierta preocupación por ese asunto de lo que ocurrirá luego,
como individuo y como parte de la sociedad.
-A
veces uno mira las nubes y añora la vida. A veces uno mira las
nubes y dice: Qué maravilla, nuestros aborígenes levantaron los
ojos y vieron pasar las mismas formas, u otras, pero vieron el mismo
paisaje que vemos nosotros ahora. Y cuando uno no esté habrá quien
levante los ojos y lo vea. Eso es fascinante, ¿no? Se trata de eso,
no de otra cosa, dicho a través de la cerveza que se va a tomar…
-Pero
es excelente. Es una frase que se relaciona mucho con mi preocupación
filosófica.
-Sí,
es… ¿qué pasará al minuto siguiente a la muerte?
-También
me lo he preguntado: Cómo seguirá la vida sin uno, si pudiera
verla. ¡Tremendo…!, exclamo, y me hubiera volcado a una reflexión
existencialista de no ser porque recuerdo que esta entrevista también
tiene como objetivo ser publicada en el periódico para el cual
trabajo y al cual, más que de filosofía, para mi pesar, le
interesan declaraciones directas sobre la visita. Recapacito y,
rompiendo el trance, le hago otro comentario: Estas presentaciones en
Mayarí, Nicaro y Moa tiene que ver mucho con su relación con Frank
Fernández, una amistad muy antigua.
-Sí,
esto lo planificamos desde hace rato. Hace rato hablamos de la
posibilidad de que yo fuera a Mayarí y el a San Antonio, de hacer
ese intercambio. Somos amigos desde hace muchos años.
-¿Y
qué es la amistad para usted?
-La
amistad es una cosa imprescindible. No en balde Martí dijo que era
la joya mejor. Hay otras joyas, buenas también. Pero sin dudas la
amistad es lo que uno funda con personas a fines. Estábamos hablando
ahorita de las afinidades, de esas leyes gravitacionales que hacen
que cosas, que ideas, que personas giren en torno a cosas comunes, a
identidades.
-Pequeños
detalles invisibles.
-A
veces pequeños, a veces más grandes. Detalles, detalles de la
existencia. Y coincidencias, porque tú sabes que, como dice el
dicho, cada gente es un mundo. Y dentro de ese mundo de tanta gente
uno encuentra aquí, allá, a cuyá esos detallitos que te van
uniendo con los demás. En el caso de Frank, lo conocí cuando él
volvía de Rusia, de la Unión Soviética, con su diploma de oro del
Chaikovski. Entonces era la joven promesa, extraordinario. Estaba muy
vinculado al Comité Nacional de la Juventud Comunista, y yo tenía
un amigo allí. Ese amigo nos presentó. Fuimos a su casa y empezamos
a hacer colaboraciones. Era cuando se hacían aquellas galas por el 4
de abril. Él empezó también a trabajar con nosotros, a planificar
las galas, a dirigirlas. Nos pedía canciones. Hicimos canciones para
algunas galas. Después fue productor de mi primer disco.
-Tienen
pensado volver a Holguín, creo, en agosto.
-No
sé si en agosto. ¿En agosto…? No, jamás en agosto. Hicimos
Mayarí, Nicaro y Moa. Es lo que teníamos planificado. Más adelante
nos pidieron hacer algo aquí también, en Holguín, en la ciudad. Me
gustaría en un barrio de Holguín. Para eso me voy a asesorar bien,
porque tendría que ser en un barrio de los que necesitan más esto
que hacemos. Me gustaría en esa ocasión ir también a Gibara. Fui
el otro día y es un lugar fascinante.
-¿No
tiene pensado cantar en teatro, para el otro público?
-El
público que va al teatro puede ir al barrio.
-Claro,
pero hay quien necesita espacios más cómodos.
-Llevo
tres años sin tocar en teatro. Solo en barrios.
-¿Y
se siente cómodo?
-Me
siento más a gusto.
-¿Sí?
-Me
siento más a gusto porque me parece que es un trabajo más útil, y
un reto.
-Pero,
para un hombre tan exigente con el público como usted…
-Es
un reto también, porque es un público que a veces no está
acostumbrado al tipo de trabajo que uno hace, a lo mejor están
acostumbrados a escuchar otro tipo de música. Siempre la gente corea
algunas canciones. Incluso jóvenes. Es fantástico. No sé cómo se
la saben.
-Sé
de anécdotas, ahora leyendas famosas, en las que usted enfrenta al
público, le pide silencio. Y en un barrio se grita, hay bulla... ¿No
lo sacan de paso?
-Eran
cosas que ocurrían cuando uno empezaba. Yo nunca me vi como
cantante. Siempre me vi como un compositor que exponía lo que hacía.
Y como no cantaba cosas…o pensaba yo que no cantaba tonterías, a
lo mejor también cantaba tonterías. En definitiva, todos caemos en
tonterías de una u otra forma. A veces, pensando que no somos tontos
somos los más tontos del mundo. Pero, empezaba, y veía con tanto
respeto lo que yo hacía, y me parecía que mucha gente iba realmente
a comulgar con la canción de la manera en que yo la asumía. Y de
pronto, que hubiera gente más acostumbrada a la cosa farandulera o
lentejuelezca me molestaba. Y gente que pedían, y que hablaban, pues
mandaba a callar a la gente. En alguna ocasión me levanté y me fui
también. Lo hice. En otros lugares me botaron. Varias veces me
botaron de los lugares. Pero fueron cosas más relacionadas con los
inicios.
-Eso
ayudó a tejer una leyenda de un Silvio que no sea quizá el Silvio
real, ¿es muy difícil ser el Silvio verdadero?
-Yo
nunca he sido una persona agresiva, para nada. Todo lo contrario. Si
me agreden, trato de defenderme; pero no es que sea mi naturaleza.
¿Sabes qué pasa? Como yo, y no solo yo, sino alguno de nosotros
éramos un poco contraculturales, hacíamos un poco de contracultura,
contracultura convencional, se tejió también alrededor nuestro, por
cuestiones políticas, de defensa de esa cultura entre comillas, una
leyenda un poquito, no voy a decir que negra porque sería demasiado,
pero sí gris con pespuntes negros. Es lo que yo pienso. Hubo un
momento incluso en que se decía que la Nueva Trova se quería
adueñar de la cultura, y que quería que todo fuera como ella. Nada
más alejado de la realidad. A nosotros se nos hicieron campañas
dentro de ese mundo lentejuelezco. En el fondo eran campañas
políticas porque eran campañas que miraban el arte como pedestal,
no como ara.
-¿Por
eso ustedes alguna que otra vez combatieron ese arte, aquella otra
forma de hacer canción?
Realmente
yo no me dediqué a eso. Yo hice una sola canción que habla de eso.
-Pero
digo, en entrevistas, a través de comentarios públicos.
-Si
me das una referencia yo te la respondo, porque ahora no recuerdo
haber combativo nada en ese sentido. Sí creo que hice una canción,
La Masa, que habla de eso, de las distintas maneras de asumir el
arte, en mi caso la canción. Pero no insistí. No fue un cruzado
tampoco. Mi cruzada era hacer canciones buenas, de calidad. Esa ha
sido mi única cruzada en la vida, hacer canciones diferentes,
incluso en contrapunto de mis propias canciones, porque no me gusta
que ninguna canción mía se parezca a otra.
-
A propósito, qué le ha parecido la versión que grabó Shakira de
La Masa para el disco de Mercedes Sosa.
-Me
parece muy bien. Estoy acostumbrado a que Mercedes cante canciones
mías. Cantó muchas. Recuerdo especialmente dos, arregladas por
Charly. Hizo una versión de Unicornio preciosa para un disco. Y la
otra era La Masa, en una versión de Charly García. Los arreglos son
así… bueno, ella es un clásico, pero los arreglos de Charly son
fabulosos. No me acuerdo cómo se llama el disco. Y bueno, esta
joven… me parece maravilloso. Me sorprendió, porque evidentemente
no está en esa línea de trabajo.
-¿Su
elección para colaborar con otros artistas de qué depende? Recuerdo
cuando estaba prohibido José Feliciano aquí, y usted fue como la
puerta para que volviera a escucharse en los medios.
-Es
que aquí, como en todas partes, se tejen leyendas sobre artistas.
Hemos estado muy aislados durante muchos años, y aquellos años eran
de gran aislamiento. No existía internet. No había forma de saber
qué era la verdad detrás de todo eso. También a veces los artistas
en determinadas coyunturas saben qué es lo que se está cocinando,
le hacen una pregunta y hacen una concesión, sueltan una cosita un
poquito pesada para contentar el ambiente que los está
entrevistando. Aquí a veces nos tomamos esas cosas demasiado a
pecho. Y son cosas a veces circunstanciales. Son cosas de las que
después los artistas ni se acuerdan. Hay otros que sí, que tienen
una postura y una forma de pensar muy definida y son defensores de
una forma.
Silvio
se queda pensativo, y me mira como si otra vez tratara de averiguar
qué pienso, y yo a su vez lo miro a él.
-Hay
una cosa que te quiero decir antes de que te vayas, dice: Me parece
muy importante. Ayer me llamó Gerardo Hernández, ¿sabes quién es
Gerardo?
Lo
observo con sospecha, porque quién no conoce en Cuba a Gerardo
Hernández, si en cada esquina hay un afiche donde se puede ver su
rostro junto al de los otros cuatro que han pasado a conocerse como:
Los Cinco.
-Sí,
respondo.
-Yo
nunca había hablado con él. Cuando estuve en Estados Unidos hace
tres o cuatro años tratamos de hablar pero no fue posible. Hablé
con otros dos o tres compañeros suyos, pero con él no pude. Primera
vez que hablo con él y fue una conversación extraordinaria. Y es
porque en Mayarí sentí que el teléfono me sonaba cuando estaba
cantando las últimas canciones. Me tapaba el atril y lo saqué
disimuladamente. Vi que habían unas cuantas llamadas. Lo desconecté
porque estaba sonando y tenía miedo de que se metiera por el
micrófono. Cuando terminé volví a fijarme. Era una llamada de los
Estados Unidos porque tenía un uno delante. Y sonó otra vez. Era
una emisora de los Ángeles que hacía un programa especial para
Gerardo por el día de su cumpleaños. Me hicieron una entrevista.
Hablé un ratico con la muchacha que me entrevistó y él oyó la
entrevista. Entonces localizó mi teléfono y me llamó, por supuesto
que era para agradecerme. Uno habla con esos hombres que están
pasando tantas vicisitudes, que han sido tan maltratados, y tratados
con tanta injusticia y realmente le dan lecciones a uno de
supervivencia, uno se queja… Yo había llamado a alguien para que
me mirara el aire acondicionado, porque no estaba funcionando bien. Y
me dije: Caballero, le ronca. Uno está preocupado porque no funciona
bien el aire acondicionado y este hombre lleva 16 años presos, tiene
dos o tres condenas de por vida y te habla con un optimismo, con una
seguridad, con una firmeza, con una fe tan grande en que se va a
hacer justicia, en que va a estar un día aquí. Realmente es muy
conmovedor. Y nos hace pensar mucho. Me preguntó: ¿Dónde tú
estás? Le digo: Estoy en Holguín. Entonces dice: Coño, Holguín,
¿tú sabes, por cierto, que Holguín es una de las provincias de
Cuba de las que yo recibo más cartas? Digo: ¿De verdad? Dice: Sí,
no te puedo decir ahora que es la que más porque tendría que
contarlo, pero te garantizo que es una de las provincias de Cuba de
las que más cartas recibo. Tú pudieras transmitir de mi parte… Me
dijo eso y por eso te lo estoy trasmitiendo: Tú pudieras transmitir
de mi parte mi gratitud al pueblo holguinero por no olvidarse de
nosotros. Así que tienes para mí esa mínima misión.
-También
una prima mía le escribía a uno. A Antonio, creo.
-Hay
mucha gente del pueblo que les escribe. Y de otros pueblos. Ellos
reciben una cantidad de cartas. Yo no sé qué harán con tantas
cartas. Cómo las tendrán metidas. No sé cómo resolverán ellos
ese problema.
-¿Y
su relación con el pueblo holguinero cómo ha sido?
Mi
relación con el pueblo holguinero ha sido maravillosa, con el
público y con gente que he conocido en la calle.
-Ya
que nos referimos a Amoríos,
¿amores holguineros ha tenido?
-Sí,
dice como quien primero lo piensa un poco.
-¿Hay
canciones que tienen que ver con esos amoríos?
-Sí,
responde en el mismo tono.
-¿Una
mujer con sombrero tiene que ver con esos amoríos?
-No,
dice rápido, y para salir del tema, pues me interesa más dejar el
misterio que descubrir el nombre de la que debe ser una bella mujer,
le aseguro que estamos como en Escriba y Lea. Silvio sonríe, ríe,
repite: Estamos como en Escriba y Lea. Piensa y murmura varias veces
la palabra “Sí” antes de soltar: Hay un amor holguinero bastante
intenso. Puedes publicarlo además. Le escribí un poema una vez. Es
probable que también esté en alguna canción.
-¿Entonces
Camino a Camagüey pudo haber sido camino a Holguín?
Después
hablamos un rato sobre pintura, sobre la posibilidad de que algún
día sea nominado al Premio Nacional de Literatura debido a que
galardones semejantes, le digo, recibieron cantautores como Leonard
Cohen o Bob Dylan. Responde que eso solo sucede en el primer mundo.
“En el tercer mundo no, donde todos tienen que defender sus predios
de publicación. Imagínate, si todo aquí se confunde, además de
las pocas publicaciones de poesías que hay que también los
trovadores empecemos a usurparle espacios a los poetas. Yo prefiero,
al menos por ahora, hasta que no haya posibilidades de publicar más,
que sigan los poetas en lo suyo, y los trovadores en lo suyo.”
También
hablamos del escritor argentino Ernesto Sábato, a quien admiro, y
con quien Silvio mantuvo una buena amistad de la cual queda al menos
una pista en las palabras de presentación para Descartes,
escritas por el autor de Sobre
Héroes y tumbas.
“Era un hombre atormentado”, me dice.
-Creo
que todo artista lo es, digo: Usted también debe tener sus
tormentos.
-Mis
tormentos y mis tormentas, dice: Todos las tenemos.
Al
final Silvio me regala un ejemplar del libro Por
todo espacio, por este tiempo. Con Silvio Rodríguez en los barrios
de La Habana,
de Mónica Rivero y Alejandro Ramírez. Porque casualmente ando con
mi único libro publicado decido reciprocarle el gesto con el
ejemplar. Y para no ser menos, se lo dedico. Entonces no sé por qué
me sale una dedicatoria torpe, totalmente intolerable por culpa de
una rima que no hubiera escrito ni cuando empezaba a escuchar sus
canciones previo a la adolescencia. Recordando esas palabras pienso
que, al fin, en la conversación no invocamos ni a la economía ni a
los conciertos que hacía por el oriente de Cuba, tan solo convocamos
recuerdos de un entrevistador, recuerdos de los cuales Silvio
Rodríguez forma parte y, sin saberlo, tuvo a bien azuzarlos.
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