Ecos de Mayarí

Indagando en las hermosas historias que encontramos en  Internet, encontré esta vinculada estrechamente a Mayarí, lugar donde vivo y donde saltan las alegrías cuando descubrimos nuevos tesoros que lo envuelven.

Aquí les dejo este manojo alegre de ensueños trovadorescos, resumido por  Marta Valdés el  20 de febrero de 2011 y publicado para esa fecha en el sitio cubadebate

Ecos de Mayarí. 

A propósito del tema de hoy, quiero destacar lo estimulantes que resultan algunos comentarios de los lectores -asiduos o no-que llegan a esta página. No se me olvidan las precisiones que aportó Enmanuel Castell unos meses atrás, acerca de José Jacinto Milanés. Otro amigo mencionó el nombre del pueblo de Camagüey donde afirma que nació la cantante Freddy y yo revolví los mapas y las páginas de ese libro-tesoro que se llama Cuba en la mano buscándolo y, no conforme, comencé a indagar con una amiga camagüeyana acerca de la posibilidad de girarle un dinero a alguien de por allá para que se diera un saltico y tratara de iniciar una nueva cadena de indagaciones hasta que me di cuenta de que estaba entrando en una dimensión que nada tenía que ver con el dominio de mis recuerdos.


En un par de ocasiones, he podido apreciar el amor de Gladys Regina por las cosas de nuestra vida, por todo aquello que, de algún modo, haya hecho historia o sea digno de mantenerse vivo en el recuerdo sin que se trate, precisamente, de aguas pasadas sino para echarle mano cada vez que nos venga bien en el día a día. A lo mejor estoy hablando un poco enredada pero es que cuando los ojos miran, no hacia delante sino hacia atrás, el pasado tiende a coquetear y los hechos se enmarañan con los sentimientos y los nombres se montan sobre fechas imprecisas y las palabras nos miran impávidas, como preguntando si están de más.

Me ha resultado placentero, ver cómo una intuición que andaba dándome vueltas desde hace bastante tiempo, toma cuerpo, título de canción, nombre de persona, y todo alrededor de esa relación cautivadora entre Mayarí y las cosas de nuestra música. Hasta bien entrado el siglo XX, en esta Isla estuvimos naciendo, emocionándonos en las veladas para conmemorar las fechas patrias, en  fiestas de fin de curso y actos de graduación, al conjuro de una voz de abuela, de coro escolar o afamado cantante lírico, que nos entonaba la criolla El mambí, de Luis Casas Romero, en cuyo argumento estremecedor, vibra Mayarí como escenario, enlazado de manera magistral con el año 1895.

Casas Romero, músico eminente (flautista, director de orquestas y bandas, fundador, en 1922, de la radio en Cuba, protagonista de algunos episodios que hablan de su indudable cubanía) había nacido en 1882. Tres años después, veía la luz –en Santiago de Cuba– Rosendo Ruiz, uno de los grandes de la trova cubana tradicional. En una entrevista que me concedió el trovador en 1979, motivada por mi interés acerca de su canción Entre mares y arena, me contó que la pieza fue compuesta en 1910 en Mayarí y dedicó buena parte de su charla a describir, en detalles, cómo transcurría la vida en aquel pueblo donde la barbería de unos colombianos operaba como un lugar de encuentro para los jóvenes dados a intercambiar historias y canciones así como a confrontar maneras de darle vueltas a la música con una guitarra en la mano. Encuentros cotidianos como estos, daban pie a la confrontación, a la asimilación de elementos melódicos y rítmicos, a la fijación de formas que iban enriqueciendo ese cancionero que ellos nos legaron. Rosendo, de oficio “operario de sastre” –según me cuenta– quedó tan impresionado con la facilidad con que su canción recién nacida rodaba de un trovador en otro, que decidió hacer camino llevando consigo su guitarra, su oficio para ganar el pan y su gran tesoro -aquella canción-con el anhelo de llegar, finalmente, hasta La Habana, donde buscaría la forma de darla a conocer. Fue desde Mayarí desde donde partió en 1910 en busca de su larga y fecunda historia, que repartiría entre el occidente y la región central.

Exactamente un siglo después de que el mambí y su niña de faz trigueña se hicieran a la manigua, el nombre de Mayarí sonaría por todo el mundo en la voz atronadora de Compay Segundo con aquel Chan chán pegajoso que pasó por encima de cualquier diferencia entre lenguas y nacionalidades. Esta vez nadie partía del lugar sino que gentes de aquí y de allá farfullaban aquel “llego a Cueto, voy para Mayarí”. Tierra bendita de un jovencito llamado  Frank Fernández, a quien conocí hace más de medio siglo, acabadito de llegar a mi ciudad con el empeño, entre ceja y ceja, de esforzarse y pulirse para llegar a ser, abrazado a su música y a su gente, el gran artista -cada vez más grande–que hoy reconocemos como, sencillamente, nuestro.

A pocos días de otro 24 de febrero, el nombre de Mayarí ilumina el domingo mientras hace resonar los ecos de un clarín que siempre convoca a ponerse en buen camino.


1 comentarios:

Unknown dijo...

Meu nome é Mayarí e foi inspirado no Lamento Afro - Cubano Mayarí, apresentado num Show, nos anos 40 aqui no Brasil, pela Orquestra Lecuana Cuban Boys sob a Regência de Armando Orefich, na Voz de Josephine Baker. Pesquizando no Google, descobri o Município de Mayarí, o que me Deixou muito feliz, nunca conheci ninguém aqui no meu País com esse nome. Parabéns ao Povo de Mayarí, pelas Belas músicas e Pelas Belezas Naturais que Vocês tem aí!!!!

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