Defendiendo la dignidad y el honor del periodismo revolucionario cubano.

EDITORIAL



La Unión de Periodistas de Cuba viene hace ya tiempo promoviendo en las bases de la organización el debate abierto y transparente, incluidas y bienvenidas también las discrepancias, acerca de las insuficiencias y cortedades que tiene el periodismo cubano, y los desafíos que deberá encarar el mismo para alcanzar mayor plenitud, eficacia y protagonismo en medio de las transformaciones que registra nuestro modelo socialista.

A la UPEC nada le ha sido ajeno. La organización se ha tomado muy en serio el precedente reflexivo que sentó nuestro séptimo congreso, y la necesidad de que nuestros colectivos profesionales, en sus respectivos medios de prensa, comiencen a dar el salto necesario hacia ese periodismo creativo y audaz, que desborde los esquemas de propaganda apologética y entienda la lealtad a la Revolución y la defensa de esta, como un honesto ejercicio reflexivo, y con suma valentía logre equilibrar el elogio y la crítica con responsabilidad pública y compromiso social.

Los empeños de nuestra organización y de los profesionales de la prensa de mirarnos por dentro primero, y señalar también los obstáculos que en la sociedad cubana limitan el acceso a la información -un derecho ciudadano-, se reflejan en la propia obra de la prensa, pero aún sin la prolijidad que deseamos. Aún así, como sector profesional nunca hemos ocultado nuestras propias deficiencias, ni las discusiones, procesos cognitivos, talleres y dinámicas que vamos perfilando para alcanzar niveles superiores de realización técnica y profesional.

Este ascendente proceso de superación, que implica la negación dialéctica de viejos y desgastados modelos de comunicación, lo estamos emprendiendo en medio de un proceso vertiginoso de estrategias informativas neoliberales con todos los artilugios de las tecnologías de la información, asentadas en la intrusión y la unidireccionalidad  del mensaje desde los grandes centros de poder económico, financiero y mediático, que son un solo poder. Ya están aquí, rodeándonos con un alto nivel de capilaridad, y conminándonos,  ya con sutileza o con vulgar soberbia, a que nos rindamos.
La audacia hoy es seguir creyendo que el periodismo revolucionario de altura, audaz y responsable a la vez, pueda enfrentar la componenda de las desactivaciones y los desencantos en bytes y gigabytes desde la derecha de este mundo, que anda bastante encorvada, como para solazarse tanto en las insuficiencias de nuestra prensa, y en las lagunas que dejamos para que otros, a nuestro pesar, las llenen con alevosía y saña contra la Revolución.

Ya se hace costumbre que las voces críticas de nuestros periodistas, y sus concienzudos análisis de los problemas de la prensa, se conviertan en aperitivos y manjares de esas catedrales mediáticas especializadas en hostilizar a la Revolución cubana, precisamente cuando esta cambia y se dirige, como nunca antes, hacia un socialismo más pleno. He ahí el problema: que no seguimos dogmáticamente la senda del periodismo usurero, del gran bazar de la información; ese que, manipulando y sajando, descontextualizando, arrima la brasa a su sartén apocalíptica.

Aquí en La Habana, en Santiago de Cuba o en Holguín, la UPEC tiene el derecho de velar por la ética profesional y de impedir que, la buena intención de nuestros foros, donde debatimos a camisa quitada los problemas de la información en Cuba, no sea tergiversada por falaces cotilleos en las redes sociales y en las aguas procelosas de Internet, mediante amputaciones ideológicas y tendenciosas cirugías oportunistas.

En las redes también defenderemos la dignidad y el honor del periodismo revolucionario cubano, que no está manchado  de sangre, de morbo ni de complicidad con las crueldades de este mundo; ni miente alevosamente, aunque no siempre lo diga todo, silencie lo que urge decir o no lo exprese con todo el ingenio y la belleza. Pero hay que respetarnos. Y exigiremos respeto con el filo de la palabra y la imagen.


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