Mayarí: Los peligros de perder la cultura real.


Mayarí tiene magias incluidas en la pasión de la gente. En estos parajes del oriente cubano habitan los güijes de Emerio Medina, como también desandan los girasoles de Roberto Barsaga.

Quiso la suerte que en los predios del municipio más extenso de la provincia de Holguín se gestará el mito de la Virgen de la Caridad, cuando en 1612 fue avistada entre las olas de la Bahía de Nipe, accidente costero que entre los de su tipo, destaca entre los más grandes del mundo.

Los más viejos rememoran las historias de un quebracho a la orilla del otrora Parque Barceló, de donde pendían las familias cuando llegaban las crecidas del río. Lo cuentan con la misma pasión que muestran ahora los jóvenes cuando intentan conectar a la WIFI en el centro del poblado.

Nunca Mayarí alcanzó la condición de villa y se sabe que los padres fundadores intentaron crear una ciudad en lo que es hoy Juan Vicente, pero la fuerza de lo fluvial determinó el fin y las casas se apretujaron desde el Cocal a las Dos Ceibas.


Para colmar de orgullo el alma, supimos que en las cuevas de Santa Rita habitó la cultura aborigen más antigua de Cuba, aunque algunos persisten en citar a Seboruco cuando hablan de este referente.

Fue en los finales de la segunda década del siglo veinte que aparecieron en Mayarí los primeros formatos musicales de peso, pero hubo que esperar el legado de los soneros para fomentar aquí un ritmo único, mezcla del son montuno, vieja trova, changüí, dudú, nengón, sucu-sucu y muchos más.

En las vertientes culturales del mayaricero habitan los duendes escapados de una mulata rellena, como las aparecidas en las primitivas expresiones plásticas de Julio Bref y están también los cuentos de caminos, esos que en las montañas ponen los pelos de punta o los emblemáticos bailes jamaicanos atemperados en Guaro.

La cultura es esencia de vida.  Esa expresión se fortifica con el paso del tiempo y queda sedimentada en la conciencia social.

Nadie puede obviar aquí los aportes de la comparsa de Braguetudo, el filo ebanista y la culinaria de Preston, legado por las etnias que allí habitaron, los influjos asiáticos sembrados en los predios del cocal y la conciencia de cascos y polvo rojo surtidos en Lengua de Pájaro.

Todo ello forma parte de la identidad del mayaricero de hoy, lo sepa o no. En esas raíces hay que hurgar y hacerlo con placer. El verdadero miedo al futuro debe estar en los peligros de perder nuestra cultura real.





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