Palabras de Katiuska Blanco en el coloquio dedicado a Fidel, durante el primer día de la Feria Internacional del Libro de La Habana, 2017
Una vez Fidel recordó que en la estación de Alto Cedro, cuando ya él había abordado el tren donde se disponía a viajar para el Colegio de Belén en la Habana, una muchacha se le acercó y le dijo: “Déjeme verle las manos”. Él se las extendió y ella miró minuciosamente cada línea, luego, en una afirmación contundente, le aseguró: “Va a vivir poco tiempo”. Era una joven delgadita y un poco exótica, parecía una gitana, así la recordaba él. El tren se puso en marcha y ella descendió apresuradamente. Fidel no pudo averiguar nada más sobre aquel infortunado vaticinio y mucho menos acerca de la enigmática persona que le había adivinado la suerte.
Hoy sabemos que la predicción fue absolutamente errada. Fidel, físicamente, viviría noventa años y vería cumplidos una y otra vez todos los sueños que soñara. En la Historia perduraría por siempre.
A lo largo de su vida, Fidel meditó sobre las supersticiones, creencias, y lo que llaman destino. Una vez le escuché decir que él había nacido guerrillero porque su madre le había dado a luz a las dos de la madrugada lo que, naturalmente, lo condicionaba o predisponía para ser guerrillero. Otras veces se refirió al azar, al papel que el azar había cumplido para sobrevivir a tantos peligros, a tantísimos intentos de asesinato.
Incluso rememoraba que en otro tiempo, tanto en Cuba como en otros países, las personas echaban una moneda en una pesa que les devolvía una tarjeta con una predicción de su suerte. Todas las tarjeticas hablaban de cosas muy genéricas y sugerían poner cuidado con tales o cuales asuntos, hacían casi siempre auspicios favorables, pero también ponían en guardia sobre situaciones específicas. Con todo, él evocaba las páginas de libros como La historia de los doce Césares, o La Historia de Roma, de Tito Livio. Así, Fidel tuvo la convicción de que, en épocas pasadas, los seres tenían la mirada atenta lo mismo a un pájaro que volaba, que a las lluvias, los oscureceres o los relámpagos, porque para ellos los fenómenos de la naturaleza eran una fuerza que invariablemente auguraba algo. Así, los pueblos antiguos vivían pendientes de premoniciones o maleficios.
Fidel recordaba las lecturas y miraba a su alrededor cada vez con mayor interés de descifrar el signo de los tiempos y la vida. Llegó a considerar que el hombre, en cierta medida, era dueño de su vida, y en cierta medida, dueño también de los días por venir… él analizaba y se decía para sí que sería terrible que el hombre llegara a la conclusión de que no era dueño de los acontecimientos, porque de ese modo caería irremisiblemente en un fatalismo tremendo.
Fidel reparaba en las probabilidades matemáticas que determinaban los aconteceres… usted podría someterse al peligro con menores probabilidades de morir si tomaba precauciones o ponía cuidado en el manejo de las armas, por ejemplo. Su convicción era que, afortunadamente, el hombre era dueño de una parte importante de los acontecimientos por suceder. No todo podía esperarse de la confluencia de las estrellas. El hombre tenía la capacidad de construir su futuro. Esa certeza inspiró su lucha y su determinación de edificar una sociedad nueva tras el triunfo revolucionario del 1ro de enero de 1959.
En el camino de hacer realidad lo adelantado como programa de la Revolución en La Historia me Absolverá, Fidel concedía un valor extraordinario a la fidelidad a los principios, y a las ideas, al desarrollo de las ideas.
A menudo se simplifican los sucedidos, la Ley de Reforma Agraria, por ejemplo, no se reducía a la repartición de tierras y la aplicación de las ciencias y las más modernas tecnologías en la agricultura, sino que se trataba de un proyecto de país, de un motor para el desarrollo industrial que a su vez abriera las posibilidades de pleno empleo a la población cubana y con ello a una vida decorosa para todos, que abriera cauce a una sociedad donde no existieran lo que definiría poco después como pantanos sociales, lugares como la Ciénaga de Zapata o numerosos caseríos perdidos en las zonas montañosas o remotas de la geografía nacional, o barrios fragilizados hasta la desmesura en la penumbra de las mismas ciudades. No olvidar el desconcierto y la tristeza desesperanzada de un sitio como Las Yaguas. Nunca más en el paisaje de la nación ha existido un lugar tan desamparado y sombrío.
Y la Ley de Reforma Agraria sería como el mascarón de proa de todas las leyes revolucionarias que se aprobarían después, en el afán de atender las demandas de millares de campesinos y obreros que le habían presentado sus demandas. No podrían decretarse todas a una misma vez, sino poco a poco. Sería necesario contar con la cooperación de todos y no impacientarse. Fidel repetía entonces: “No se puede cruzar el puente antes de llegar al río”.
Para él, la patria nueva tenía que ser esencialmente distinta a la patria vieja; la Cuba nueva debía ser maceísta en la idea y la constancia por reparar todas las injusticias. El Comandante afirmaba en aquellos tiempos augurales: “Mientras haya un abuso en nuestro pueblo, mientras haya un obrero pasando hambre, mientras haya un hombre sin trabajo, mientras haya un enfermo sin asistencia, mientras haya un niño analfabeto, mientras haya una familia viviendo en un bohío inmundo, mientras haya obreros maltratados por los trusts extranjeros, mientras haya explotación en nuestra patria habrá injusticias y, por lo tanto, la Revolución no se detendrá” Y así, con toda la vehemencia del mundo aseguraba: “Todo irá parejo: la lucha contra la miseria, la lucha contra el desempleo, la lucha contra el latifundismo, la lucha por el desarrollo industrial, la lucha contra las enfermedades, la lucha contra el analfabetismo, la lucha por la cultura, la lucha por la democracia, el bienestar y la salud del pueblo.”
Sin proponérselo Fidel estaba retratando el pasado e intuyendo el futuro, aproximándonos al mañana.
Lo anterior nos permite apreciar la multidimensionalidad de sus esfuerzos y la necesidad de una articulación constante de la colaboración de todo el pueblo en los más diversos empeños. Durante años, hilvanó amorosa, lúcida y apretadamente, el tejido de la unidad de los cubanos. Lo consiguió a fuerza de ir a la vanguardia persistentemente, con su poderoso y legendario ejemplo, una honestidad a toda prueba y mucho sacrificio. Cuando escalaba las montañas y sentía que iba a desfallecer, se decía que no podía desmayarse porque si no ocurriría también a los otros, decidía no desmayarse, y no se desmayaba. Recuerdo el recuento que hizo una vez del método que seguía para soportar la sed en la guerrilla, consistía en no vaciar su cantimplora; o no tomar breves descansos y comer poco cuando cortaba caña en las zafras azucareras que movilizaban a todo el pueblo. O cuando prefería actualizarse por los periódicos más que por la radio o la televisión, aseveraba que podía leer las noticias de los diarios en un avión, en un automóvil, antes de dormirse, al levantarse, en cualquier esquina porque, agregaba “a los hombres cuando tienen un trabajo permanente e intenso, como el que yo tengo, se les hace muy difícil sentarse a hora fija para escuchar un programa de radio o de televisión”. Al mismo tiempo reconocía su obsesión por conocer el estado de ánimo de la opinión pública, porque en la filosofía política de los revolucionarios, esta era un factor decisivo. Así señalaba que su preocupación constante giraba en torno a esta. Decía: “Para hombres de convicciones profundas como las nuestras, para hombres que tienen una fe tan elevada en su pueblo, que tienen un concepto tan alto de la dignidad del hombre, la opinión pública lo es todo, la opinión pública es el factor más poderoso y decisivo de la Revolución”.
Así también nuestro Comandante, describió el método de la Revolución Cubana, ¿cuál fue? El respeto absoluto a la persona humana, a la dignidad humana, enarbolado ese principio y defendido quizás como en ninguna otra revolución profunda en el mundo. Toda una tradición de respeto hacia los adversarios había prevalecido en el Ejército Rebelde, una actitud que se afianzó a lo largo del tiempo como condición ineludible de una sociedad que ha luchado denodadamente por conquistar toda la justicia para los cubanos.
Fidel consideraba que las ideas revolucionarias no eran una entelequia filosófica distanciada del trabajo práctico cotidiano. La creatividad, el antidogmatismo, la táctica y estrategias guerrilleras aprendidas para toda la vida debían servir a las urgencias y reclamos del día a día, porque la construcción de una sociedad socialista debía resolver problemas prácticos muy serios, toda vez que teniendo el poder revolucionario, las posibilidades para su consecución eran ciertas.
Fidel afirmaba su compromiso y confianza en el hombre como ser capaz de actuar bien por razones morales, sentimientos de amor y solidaridad con los semejantes, lo cual lo llevó siempre a creer en la gente, a creer en el pueblo del que esperaba y a su vez recibió muestras altruistas y amorosas, de entrañable significado, no solo para Cuba y Latinoamérica, sino también para el mundo, porque para el Comandante, la Revolución Cubana era en sí misma también una contribución a la humanidad.
En tiempos agrestes como los que corren, consideraba que lo único que salvaba a los pueblos pequeños era su dignidad. Así fue desde los comienzos… En 1960 se preguntaba “¿Por qué tenemos fe?” Y respondía: “Tenemos confianza porque los cubanos buenos son abrumadora mayoría sobre los cubanos malos” y agregaba que los valientes, los virtuosos, los generosos, los cubanos entusiastas constituían abrumadora mayoría sobre los egoístas, los cobardes o los sietemesinos, como llamaba Martí a los hombres que no tenían fe en su pueblo.
Algo que perennemente reivindicó Fidel fue el hecho de que la razón estaba de parte nuestra; luchábamos por grandes y justas aspiraciones, por objetivos que nos permitieran el pleno desenvolvimiento como pueblo libre, por nuestra soberanía, autodeterminación, por el derecho de definir el porvenir de la nación, el de disfrutar los recursos del país, el derecho a progresar moral y espiritualmente y en el orden material, alcanzar la justicia dentro de la misma nación y además, no vivir bajo el dominio de otros. Fidel resumía nuestra razón de luchar en una sola frase: “los pueblos deben aspirar a ser libres fuera y libres dentro”.
Volviendo a los inicios de estas coordenadas para aproximarnos al Fidel de los tiempos revolucionarios, antiimperialista y anticapitalista, resulta útil conocer que consideraba a la Revolución Cubana, no como un fenómeno providencial, un milagro político y social divorciado de las realidades de la sociedad moderna y de las ideas que se debatían en el universo político. Para él, la Revolución Cubana era y es el resultado de la acción consciente y consecuente ajustada a las leyes de la historia de la sociedad humana: “Los hombres no hacen ni pueden hacer la historia a su capricho. Tales parecerían los acontecimientos de Cuba si prescindimos de la interpretación científica. Pero el curso revolucionario de las sociedades humanas tampoco es independiente de la acción del hombre; se estanca, se atrasa o avanza en la medida en que las clases revolucionarias y sus dirigentes se ajustan a las leyes que rigen sus destinos. Marx, al descubrir las leyes científicas de ese desarrollo, elevó el factor consciente de los revolucionarios a un primer plano en los acontecimientos históricos”.
También Fidel marcó el hilo de nuestra historia, de la continuidad de las luchas heroicas del pueblo desde los primeros mambises del 68, hasta el último rebelde o combatiente clandestino, o el primero y el último de los revolucionarios hasta hoy.
Fidel expresó que una revolución es un sistema y definió la desigualdad como aquello que más odiaba la gente. Luchó incansablemente contra esta última, en Cuba y en todo el mundo. Una vez reveló que a veces había conversado con pobladores del campo y preguntado: “¿Qué es lo que más les gusta de la Revolución?” Era una zona donde se habían levantado escuelas, hospitales, había empleo y en general una prosperidad material muy grande en relación con el pasado. Él se sorprendió con la respuesta de muchos: “Es que ahora somos iguales”, le confesaron. Reparó Fidel entonces en los sentimientos de quienes por primera vez no se sentían humillados como en otra época, cuando frente al latifundista no eran más que nada y sufrían. Luego del triunfo revolucionario, las personas se sentían alguien, sentían que valían algo; la Revolución lo había logrado porque daba explicaciones, concientizaba, hacía que todos pensaran, razonaran y actuaran por propio discernimiento, de manera consciente y en eso radicaba la maravilla y el hecho mismo de que la Revolución fuera verdadera. Para él, las ideas tenían una fuerza mayor que la sabiduría. Nunca olvido aquella frase repetida a zancadas en su despacho: “Las ideas se desarrollan, Katiuska, las ideas se desarrollan”. Iba de uno a otro extremo pensando cómo distribuir libros allí donde fueran mejor utilizados, adonde llegaran muchos lectores para conocer y los volúmenes no quedaran olvidados bajo el polvo en un armario. Eran tiempos previos a las bibliotecas familiares que se imprimieron y distribuyeron por toda Cuba y otros confines de Nuestra América y el mundo. Eran tiempos previos a estas ferias de libros y muchedumbres.
Muchas Gracias
(Tomado de la web de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad)
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